En el puente, estaba ella observando el río, parada con su vestido blanco flameando en el viento.
Un sujeto pasó detrás suyo, bajando su sombrero y ni alzó la mirada, tomó a su mujer de la mano y camino más rápido.
Yo miraba sus cabellos dorados chocando contra su frente, pregunté:
-¿por qué?-
Nada dijo, solo me sonrió piadosamente. Alcé mi sobretodo, para que se abrigara, cubriera ese cuerpo que se moldeaba, que se grababa en mi retina, en curvas imperfectas pero hermosas.
Rechazó mi gesto, con dos pasos más cerca del vacio.
-¿por qué?- insistí, con voz triste y cansada -yo sé que tú… o dama del alba, de camas incontables y de rastros ocultos por el dinero… de arrugas jóvenes y manos mal trechas… se que sufres, por el hombre. Por el mismo que te tomo en distintos cuerpos, que se satisfizo de tu vientre inocuo y de tu leche agria.
Sé que los buscas en otros gestos, vestidos caros y rosas únicas… pero no esta en eso… ni tus hijos, ni el único de ellos que camina entre nosotros te conoce, como yo lo hecho.-
Me miró, dejando sus talones en el aire. Penetró mis ojos cafés sin gracia con su infinito cielo de mares verdes.
Quedé helado por unos segundos, componiéndome de esa mirada acusadora . Yo sabía que había pagado por ella varias noches; que la había conquistado a través de promesas, que sabía que no podría cumplir, aún así la repetí tantas noches que se escuchaba como la verdad.
No le ofrecí amor, le ofrecí una esperanza algo en que creer. Yo soy un hombre modesto, carente de dotes familiares, solo tenía un don que fue entregado de mi abuelo a mi padre, de mi padre a mí. No servía para hacerse rico o lucrar con él, solo podía ser útil para dar, esa capacidad familiar de entregar vida, fue el único don que tenía.
Soy culpable de haber dado eso.
-¿Por qué el mió ya no late?- dijo con voz seca y desesperada
-No lo sé- subí a la baranda y me acerqué, tomé su mano y la puse en mi pecho-¿sientes?-
-Estas calido, como siempre-
-¿Sientes?-
-Sí, ¿tu corazón?-
-No lo sé, pero si te acercas…- le tomé la mano y la acerqué a mí- podremos descubrirlo-
Saltó sobre mí, caímos de espaldas en el piso, se puso a llorar, me maldecía y me golpeaba el pecho.
Abrí los ojos y ya no estaba, como siempre desaparecía en la ilusión de haber cumplido mi misión, de haber librado mi culpa; tomé mi sombrero, el mismo de aquél día.
Puse unas rosas blancas, sobre el lugar que la última vez que la vi, asumía con dolor que mi don estaba al fondo del río, donde ella seguramente seguía llorando cristal.
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Emmm sin mucho que decir, tenía ganas de escribir eso...
*corregi los errores, espero ser un poco mas dedicado con ellos desde ahora
sería un gusto, como siempre
hasta pronto
8 comments:
El gusto es mío al leerte... como siempre...
Sigue escribiendo así, quien sabe, quizas algún día llegues a ser hasta famoso jojojo
Pero, según yo, vas por buen camino = )
Cuidate!
Hola, es lindo el cuento pero muy triste, aunque si estas melancolico se suelen escribir esas cosas, cuidate.
como siempre me gusto... esta bueno tu sabes ke me agradan tus escritos desde los mas pendejos hasta los mas irreales.. me agrada
eso cuidate un abrazo
take care!
Hola! que bonito el cuento (= .. me gustó mucho
Cuidate montones!
mmmmmmm
es notable lo k te has pulido desde k te conoci
sigue niño
k estes bien
Oye, t aviso q t robaré este cuento xa pegarlo x varios lados como lo hice con otro tuyo... q ya ni recuerdo cual fue.
Bueno era eso, avisarte... de todas maneras va tu blog en la hojita.
Se cuida!
Besos!
ah, se m olvidaba... le hice uno q otro arreglo, nada dramatico, más q nada errores de gramatica y un par de acentos por ahí.
Si kieres ver cómo kedó m lo pides.
Byez!!
Qué pasó con el señorito Felipe que escribía estos maravillosos relatos?
Es que acaso se lo llevó el paso del tiempo y lo transformo igual que el viento a las nubes, de tal forma que casi quedó irreconocible?
Si es así lamentable.
Si no, lamentable también que no pueda demostrar lo que es en verdad.
Espero que la llama creativa no se le extinga, y si no tiene intenciones de extinguirse, entonces muestrela pues, hombre.
Un abrazo, Dupin.
Cecilia
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